Un plato de caracoles del restaurante Atlético Baleares. | Amalia Estabén

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Desde hace unos años el consumo de caracoles por la festividad de Sant Marc se ha ido popularizando de modo que son muchos los establecimientos que los ofrecen por estas fechas. El simpático caracol, también ha sido protagonista en el núcleo palmesano de Sant Jordi, donde se le dedica la Fira del Caragol el tercer domingo de mayo, que este año llega a su XXII edición. Atractivos no le faltarán, ya que según la organización, estarán presentes en la feria las caragoleras de Son Pou, de Felanitx, Caragols de Muro, Son Pieras, de Calvià y Caragol Bover de Sa Pobla, además de otros cocineros y chefs que ofrecerán distintas especialidades.

En el recuerdo de un tiempo no muy lejano, quedan las salidas familiares nocturnas a buscar caracoles después de llover, con la luz de carburo y más tarde con una pila, que realizaban quienes mayormente vivían en la Part Forana. Una vez capturados, resultaba todo un ritual disponerlos en un cajón de madera con una rejilla que no permitía que salieran o una llamada caragolera. Allí se les purgaba con harina y así se les tenía por un espacio de tiempo.

Llegada la hora de consumirlos, se les lavaba uno por uno, cambiándoles luego el agua varias veces tras salpicarlos con abundante sal para que echaran toda la baba. Posteriormente, para cocerlos, se les «engañaba» cubriéndolos de agua y poniéndolos con la llama de fuego al mínimo junto a fonoll, tarongí, herbasana, tem, salvia y moraduix. Una vez sacada la banya, se ponía el fuego fuerte y se cocían durante una hora o más añadiendo sal y un pebre de cirereta. Una vez concluida la operación se podían aplicar a la receta deseada. A pesar de que esta laboriosa actividad la lleven a cabo en numerosos hogares, hoy en día, se pueden comprar los caracoles vivos congelados o preparados, algo que resulta muy cómodo. El caracol admite varias preparaciones, destacando la más conocida de caragols cuinats.