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Capicúa

Del cat. capicua, y este de cap i cua ‘cabeza y cola’.

1. m. Número que es igual leído de izquierda a derecha que de derecha a izquierda.

2. m. Billete, boleto, etc., cuyo número es capicúa. U. t. c. adj.

3. m. En el juego del dominó, modo de ganar con una ficha que puede colocarse en cualquiera de los dos extremos.

Suelo empezar esta tribuna con una palabra que me llama la atención, sobre la que reflexionar en su significado, acepciones o el desuso en que se haya. Hoy quiero acercarle la importancia del idioma propio, el de aquí, el que heredamos de nuestros mayores, el que nos convierte en bilingües, que lejos de ser un castigo como nos lo presentan, es, sin duda, una virtud.

Leyendo el encabezado me resulta emocionante deslizar la mirada en ese «del cat.», sí, del catalán, al igual que también ocurre con esquirol y otras tantas. Cuesta creer que por lo menos cuarenta de nuestras palabras son usadas por el rico habla de Cervantes; y parece que los incondicionales del sapo iscariote quieren ponerle trabas; por encima de todo en el aprendizaje de algo que nos hace lo que somos, un rasgo diferencial, ni mejor, ni peor que los demás, pero sí más nosotros.

Hemos visto en prensa la multitudinaria concentración a favor de la lengua y la verdad es que a uno le alegra, aunque no puedo dejar de pensar en una frase recien descubierta «si sales a la calle a gritar, solo eres una persona que grita». En su forma no es especialmente sofisticada, sin embargo en su fondo es rotunda, si quiere modificar las cosas puede, por ejemplo, en su lugar de trabajo realizar actos que las cambien, no únicamente en la intimidad, no simplemente con la familia, hágalo con sus compañeros de curro, con las personas a las que atienda, sin soberbia, sin prepotencia, desde la humildad del que ofrece lo que tiene o lo que conoce; o use su voto en ese sentido. Me repito, votar, y es que ese 40 % de abstenciones, que a algunos les parecen pocos, es capaz de cambiar nuestro entorno. Elija distinto si piensa que siempre salen los mismos. ¿Por qué no dar una oportunidad a los que nunca gobernaron si los que lo hacen habitualmente no nos gustan?

Seguro que usted, lector, sin el que esta acción carece de razón, sabe perfectamente que de una cebolla no nace una rosa.