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Rafael Gómez Ortega empezó siendo el Gallito, en la cumbre de su carrera como matador fue el Gallo, y al final, alcanzada ya la categoría de mito, se convirtió en el Divino Calvo. Así que no se preocupen los afectados. Que España, como afirma un estudio que ha realizado no sé quién y que ha salido estos días en todos los periódicos y se ha comentado en todas las radios, sea hoy el país del mundo en el que hay más calvos tampoco es tan grave. La calvicie, ya se ha visto, puede ser incluso, caso de que también haya otros, un valor añadido. Si el mundo del deporte se conmocionó cuando George Foreman recuperó ante Michael Moorer el título de los pesos pesados que le había arrebatado Muhammad Ali fue principalmente porque entre uno y otro combate habían pasado tantos años que el nuevo campeón ya era calvo y además tenía algo de barriga. Y es que el boxeo fue siempre, como el baloncesto y en menor media el fútbol, un deporte de grandes calvos. Lo contrario que el tenis, que habitualmente ha sido un deporte de melenudos insolentes. En cualquier caso (y no estoy mirando a nadie), resignación: André Agassi no empezó a jugar verdaderamente como un grande hasta que asumió que él ya no lo era y dejó en el vestuario aquellas lamentables pelucas con las que solía salir a la cancha y se preocupó tan solo de darle fuerte a la pelota.