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Está toda la prensa de derechas y no pocos ciudadanos bien aleccionados por ella que se suben por las paredes tras el pacto de Pedro Sánchez con «enemigos» del Estado de la talla del PNV, Junts y ERC. A su lado, Yolanda Díaz ha quedado en el papel de colegiala gritona, no digamos ya sus antiguos compañeros de Podemos, prácticamente borrados de la ecuación. Han llegado los matones y la maquinaria institucional se pone en marcha para defender los valores de la patria. Yo, que soy vasca, he vivido la historia española desde la Transición y vivo en una región rica que parece pobre, lo veo así: la artificial entente cordiale firmada tras la muerte del dictador tenía un objetivo, salvar de la miseria a la España de la miseria. La clave era diluir las aspiraciones de progreso de la España rica y repartir aquel infame café con leche para todos que con tanto orgullo proclamaron unos socialistas que no lo eran. Casi cincuenta años después, seguimos igual. Solo que quienes firmaron aquellos pactos que menospreciaban a las regiones ricas hoy son ancianos y el país no se parece nada al de 1978. Hoy, a rebufo del pacto de legislatura de Sánchez, sacan a relucir la separación de poderes, la independencia judicial, ja ja ja, ¿en serio? La ‘igualdad’ de los españoles, que se basa en la desigualdad total: unos pocos producen y dan, otros muchos se dejan llevar y cogen. Puede ser una excelente estrategia de emergencia en un momento de necesidad, pero prolongarlo durante medio siglo es un castigo inmerecido para quienes se esfuerzan. Y por último está la sacrosanta unidad de la nación, basada en eso mismo: en que unos exploten a otros. Con esas reglas hay pocos que quieran jugar, porque saben que siempre van a perder.