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Pedro Sánchez, presidente del Gobierno, anunció ayer por la tarde por sorpresa que «necesito parar y reflexionar. Si debo continuar al frente del Gobierno o renunciar a este alto honor». La decisión inédita de Sánchez está motivada por la denuncia interpuesta en un juzgado de Madrid por el colectivo Manos Limpias contra su esposa, Begoña Gómez, por un supuesto delito de tráfico de influencias, y que ha sido admitida a trámite por un juez y está siendo investigada. Se trata, sin duda, de la enésima línea roja que se ha cruzado en este país en clave política y que traerá consecuencias en distintos sentidos. Los socialistas acusan al PP y a Vox de estar detrás de la maniobra de Manos Limpias, que precisamente cobró notoriedad en el juicio del ‘Caso Noós’ celebrado en Palma contra Iñaki Urdangarin, por aquel entonces marido de la infanta Cristina y yerno del Rey Juan Carlos.

La política degenera.

En cualquier caso, la maniobra solo viene a confirmar lo que casi todos los analistas constatan desde hace un tiempo: que la política española está degenerando a una gran velocidad y que para muchos el fin justifica los medios, por oscuros que estos sean. Es una deriva que se aprecia en el nivel de los debates y, sobre todo, en los insultos y descalificaciones que, de un tiempo a esta parte, se dedican los representantes de unos y otros partidos. En este último aspecto, nadie está libre de culpa.

El uso de la Justicia.

Además, el asunto de la esposa de Pedro Sánchez, a la que se acusa de tráfico de influencias sin pruebas conocidas, pone de manifiesto el uso arbitrario –y torticero– que algunos pretenden hacer de la Justicia, como herramienta para obtener sus fines. El presidente asegura que se plantea dimitir por los ataques sin precedentes a su mujer y, aunque su mensaje ha generado cierta incredulidad, se impone una reflexión. No todo debería valer.