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Desde que la información, la crónica y el ensayo, así como las noticias, forman parte del sector del entretenimiento y la publicidad, el mundo se ha llenado de contenidos, y los creadores de contenidos sustituyen con ventaja a periodistas, redactores y hasta literatos. ¿Y qué son esos contenidos? ¿Qué mierda contienen? Uff… Menuda pregunta. Cómo voy a saberlo. Si ni siquiera sé si hago párrafos, genero contenidos o soy yo mismo un contenido, contestar a eso me llevaría semanas. Del mismo modo que para no hacer nada se requiere una actividad frenética, como un político en campaña, para no decir nada hacen falta muchísimas palabras. El diccionario tampoco ayuda, porque la definición de contenidos como «cosas contenidas en otras», o incluso como sujetos que por educación siempre se contienen, y no van por ahí estallando como petardos verbeneros (como el convergente Trias al ver que le habían birlado la Alcaldía de Barcelona), están fuera de lugar en este contexto. ¡Cosas contenidas en otras! Valiente definición. Además, suele ocurrir que cuando algún medio, plataforma o contenedor anuncia contenidos, tampoco especifica nada. Lo que hace es garantizar que «Habrá muchas sorpresas», momento en el que yo me largo de allí poniendo pies para qué os quiero. Que sorprendan a su padre, por favor. Pero bueno, algo hemos avanzado ya en estas pocas líneas. Los contenidos tienen que contener sorpresas, es prioritario y esencial, y así como en la información y el análisis a veces se admiten cosas que todo el mundo se veía venir (cosas importantes, obvias), en los entretenimiento no, nunca. Seguro que esto no les sorprende nada, por lo que no seguiremos por ahí. ¿Y qué más contienen los contenidos, sorpresitas aparte? La respuesta, fruto de una larga y tediosa labor de investigación periodística, seguro que les sorprenderá mucho. Es igual. Da lo mismo lo que contengan, pues la obligación de ser sorprendente lo impregna, contamina y altera todo. Lo pone del revés, patas arriba. ¡Sorpresa, no es lo que parecía! Y ya no investigaré más, porque vaya disgusto si al final descubro que yo no redacto textos, sino que produzco contenidos. O más sorprendente, que soy un puto contenido.