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El puerto medieval de Palma conoció su época de mayor esplendor durante la primera mitad del presente siglo y constituyó durante mucho tiempo la primera estampa palmesana para los visitantes que llegaban por mar a nuestra isla. A causa de la persecución de los piratas berberiscos, fue el refugio de naves cristianas que surcaban las rutas comerciales del Mediterráneo guiadas por el faro de la torre de Peraires. Este seguro puerto, del que se dice que fue en un tiempo fondeadero de trescientas galeras, parece que debe su nombre a un frondoso pino que descollaba en su orilla. En aquel enclave se asistió a la lucha por adueñarse del rincón más subyugador de los alrededores de Palma. En los años cuarenta se levantaban en Portopí construcciones típicamente mallorquinas rodeadas de extensas mirandas que formaban freo para que las casas traseras no quedasen impedidas de la hermosa vista de la bahía. Portopí dejó de ser un hermoso caserío en cuanto se le industrializó con la fábrica de abonos químicos «La fertilizadora». Mucho antes de que atracaran submarinos, cruceros, fragatas, dragaminas y destructores, el archiduque Luis Salvador quiso que su lujoso yate a vapor «La Nixe» estuviera fondeado en la protegida bahía que hoy nos ocupa. El señor de Miramar no hubiese comprendido el silencio de los mallorquines que no supieron retener lo que les pertenecía. Planas se erige en portavoz social.