Perder a un ser querido es una experiencia que todos enfrentamos en algún momento de nuestras vidas. Nos enfrentamos a la realidad de que nunca volveremos a ver esa sonrisa familiar, escuchar esa risa contagiosa o sentir el calor reconfortante de un abrazo. Es un golpe que nos deja sin aliento, como si nos arrancaran una parte de nuestro ser y dejaran un vacío insondable en nuestro interior.

Pero la peor parte del duelo viene en esos momentos cotidianos, cuando estamos viviendo un día cualquiera y de repente nos damos cuenta de que ya no podemos compartir una historia graciosa con esa persona, pedir consejo o simplemente escuchar su voz. Es en esos momentos de silencio abrumador cuando la realidad de la pérdida se hace más intensa, cuando la ausencia se siente más palpable y la angustia nos envuelve como una manta oscura.

Pero incluso en medio de la oscuridad del duelo, debemos encontrar destellos de esperanza y consuelo. Cada sonrisa compartida, cada abrazo, cada vivencia se convierten en un tesoro preciado que aguardamos en lo más profundo de nuestro ser. Aunque esa persona no esté físicamente con nosotros, el amor y los recuerdos que compartimos con ella siguen brillando con una luz inextinguible. Es en estos momentos cuando nos damos cuenta de la importancia de vivir plenamente cada día, de amar profundamente y de expresar nuestro aprecio por aquellos que nos rodean.

Así que mientras lamentamos la pérdida de aquellos que amamos, también celebramos la suerte de haber compartido una parte de nuestras vidas con ellos. Por lo tanto, aunque el tiempo pase y las circunstancias cambien, nunca olvides decir "te quiero" a quienes más amas, hoy y siempre.